¿Quién se Hace Cargo de Mí?
Desde que nací, he recibido todo tipo de atenciones y cuidados hacia mi organismo y hacia mi persona. Muchos de ellos han sido indispensables para mi supervivencia, otros me han hecho muy feliz o me han dado placer y otros han resultado ineficaces o no han llegado de la manera en que los necesitaba; entonces sufrí y me quejé lo más que pude.
Fui aprendiendo a pedir, exigir y a lamentarme cuando no recibía lo que yo quería. Desarrollé mi capacidad de manipulación y conseguí que el mundo me brindara lo necesario y que muchas veces me salvara de tener que procurármelo por mis propios medios. Acumulé frases: ”lo que merezco…” “debes darme…” “Que injusta es la vida…” y muchas más. Me acostumbré a recibir ayuda de los demás y a frustrarme cuando esto no ocurría.
De a poco me fui dando cuenta de que el mundo me daba cada vez menos y me frustraba más. Algunas personas se ocupaban de ellas mismas –las egoístas- y se despreocupaban de mí. En más de una oportunidad me fui quedando solo, sin que nadie me hiciera las cosas y no me quedaba otra que hacerlas yo. El mundo ya no estaba pendiente de mí. Mis amigos jugaban aunque yo faltara, y no me invitaban a jugar si yo no iba a la hora y lugar adecuado.
Tuve que ocuparme de las cosas más básicas: lavarme los dientes, forrarme los cuadernos, y mover mi cuerpo para conseguir ciertas metas. Entre lamentos y protestas, empecé a tomar contacto con mi potencia: algunas cosas las podía hacer y otras no.
Muchos años han pasado desde entonces, y me doy cuenta que puedo encontrar respuestas a las situaciones que me plantea la vida. Algunas de mis respuestas son muy efectivas y producen beneficios y satisfacciones. Otras, a veces, son equivocadas y produzco resultados nefastos o improductivos. Suele ocurrir también que me demoro cuando no sé como actuar y busco distintas alternativas. En todos los casos aprendo algo, corrijo anteriores conclusiones o descubro mis limitaciones.
Frente a cada situación que me toca vivir, trato de darme cuenta de las reacciones que se generan en mi interior, mis deseos y mis intereses, interactuando con mis posibilidades y el mundo que me rodea. De todas estas variables se produce una síntesis y me arriesgo a una respuesta: “Esto es lo que quiero hacer”, “me quedo a luchar”, “me voy de aquí”, etc.
Esta es nuestra responsabilidad: la de protagonizar nuestra propia vida, ya sea para sufrir o para disfrutar. Sin excusas ni proyecciones: reconociendo lo que queremos y yendo hacia ello. Hacia la compasión, hacia el sexo, hacia la violencia. Descubriendo los propios límites. Nuestro poder radica en la capacidad de autoexpresión y autotransformación.
Uno mismo es el problema a resolver. Nuestra vida es una serie de excusas para desentrañar lo que somos, y lo que no aprendemos en una circunstancia se nos presenta hasta que descubrimos lo que necesitamos y lo incorporamos.
La continua relación entre los hechos de la vida y lo que pasa dentro de mí, me permite el despliegue de lo que soy y de lo que no soy. Así voy reconociendo las energías universales que se manifiestan a través mío y me adecuo psicológicamente a mi particular configuración. Es decir, me conozco y me acepto, en las tendencias que tengo, en mis límites y en mis posibilidades. Cuando observo el proceso que se está dando en mí, lo menos que puedo hacer es aceptarlo, reconocerlo como propio y hacerme cargo de él. Por lo tanto: mi responsabilidad no es una exigencia a cumplir sino un acto de aceptación.
Cada vez que contemplo la polaridad Yo-Mundo o Libre Albedrío-Destino, recuerdo la frase Ignaciana: “Vive tu vida como si todo dependiera de ti, sabiendo que todo depende de Dios”
Desde la Comarca,
Alvaro J.
Fui aprendiendo a pedir, exigir y a lamentarme cuando no recibía lo que yo quería. Desarrollé mi capacidad de manipulación y conseguí que el mundo me brindara lo necesario y que muchas veces me salvara de tener que procurármelo por mis propios medios. Acumulé frases: ”lo que merezco…” “debes darme…” “Que injusta es la vida…” y muchas más. Me acostumbré a recibir ayuda de los demás y a frustrarme cuando esto no ocurría.
De a poco me fui dando cuenta de que el mundo me daba cada vez menos y me frustraba más. Algunas personas se ocupaban de ellas mismas –las egoístas- y se despreocupaban de mí. En más de una oportunidad me fui quedando solo, sin que nadie me hiciera las cosas y no me quedaba otra que hacerlas yo. El mundo ya no estaba pendiente de mí. Mis amigos jugaban aunque yo faltara, y no me invitaban a jugar si yo no iba a la hora y lugar adecuado.
Tuve que ocuparme de las cosas más básicas: lavarme los dientes, forrarme los cuadernos, y mover mi cuerpo para conseguir ciertas metas. Entre lamentos y protestas, empecé a tomar contacto con mi potencia: algunas cosas las podía hacer y otras no.
Muchos años han pasado desde entonces, y me doy cuenta que puedo encontrar respuestas a las situaciones que me plantea la vida. Algunas de mis respuestas son muy efectivas y producen beneficios y satisfacciones. Otras, a veces, son equivocadas y produzco resultados nefastos o improductivos. Suele ocurrir también que me demoro cuando no sé como actuar y busco distintas alternativas. En todos los casos aprendo algo, corrijo anteriores conclusiones o descubro mis limitaciones.
Frente a cada situación que me toca vivir, trato de darme cuenta de las reacciones que se generan en mi interior, mis deseos y mis intereses, interactuando con mis posibilidades y el mundo que me rodea. De todas estas variables se produce una síntesis y me arriesgo a una respuesta: “Esto es lo que quiero hacer”, “me quedo a luchar”, “me voy de aquí”, etc.
Esta es nuestra responsabilidad: la de protagonizar nuestra propia vida, ya sea para sufrir o para disfrutar. Sin excusas ni proyecciones: reconociendo lo que queremos y yendo hacia ello. Hacia la compasión, hacia el sexo, hacia la violencia. Descubriendo los propios límites. Nuestro poder radica en la capacidad de autoexpresión y autotransformación.
Uno mismo es el problema a resolver. Nuestra vida es una serie de excusas para desentrañar lo que somos, y lo que no aprendemos en una circunstancia se nos presenta hasta que descubrimos lo que necesitamos y lo incorporamos.
La continua relación entre los hechos de la vida y lo que pasa dentro de mí, me permite el despliegue de lo que soy y de lo que no soy. Así voy reconociendo las energías universales que se manifiestan a través mío y me adecuo psicológicamente a mi particular configuración. Es decir, me conozco y me acepto, en las tendencias que tengo, en mis límites y en mis posibilidades. Cuando observo el proceso que se está dando en mí, lo menos que puedo hacer es aceptarlo, reconocerlo como propio y hacerme cargo de él. Por lo tanto: mi responsabilidad no es una exigencia a cumplir sino un acto de aceptación.
Cada vez que contemplo la polaridad Yo-Mundo o Libre Albedrío-Destino, recuerdo la frase Ignaciana: “Vive tu vida como si todo dependiera de ti, sabiendo que todo depende de Dios”
Desde la Comarca,
Alvaro J.