Monday, February 19, 2007

Déjate Caer

A pocas cosas tememos más los hombres que a la posibilidad de caer. Esa sola idea ya nos marea, o nos da la "sensación de abismo". Tememos: al derrumbe de nuestra autoimagen, a la aparición de nuestras partes mas densas, a quedar atrapados ahí abajo. Con tal de evitar esa instancia somos capaces de realizar las proezas mas fantasticas. Nuestra lucha parece regirse por un destino: "ir siempre hacia arriba", mejorarnos, superaranos, "elevarnos". Nada nos pesa tanto como nuestra necesidad- a menudo desesperada- de transiar sólo el "camino ascendente".
La mayor parte de las charlas de los hombres giran en torno de los esfuerzos que venimos haciendo para que las cosas funcionen. Hablamos de logros y realizaciones materiales, afectivas, espirituales; nos mostramos nuestros lados mas prósperos y mejor estructurados. Casi nunca nos atrevemos a "dejarnos caer" en nuestras partes mas íntimas, a rebajarnos y a permanecer en esos espacios privados donde lo triste, lo feo, las depresiones, los instintos primarios de muerte, conviven con numerosas dificultades y obstaculos que encontramos en el diario vivir.
Asociamos descenso con debilidad, traspié y fundamentalmente, con fracaso. !cómo si sólo cuando algo nos sale como esperábamos tuviéramos la posiblidad de entrar en ese universo! Ni en los momentos de éxtasis ni en los estados habituales de conciencia nos permitimos contactar los subterráneo.
Aprender a caer implica pasos progresivos. Suspender momentáneamente nuestro viaje hacia arriba. Decidir "ir hacia abajo". Descender hacia nuestras zonas menos conocidas. Dejar que se nos desprendan las máscaras que debimos construirnos. Deslizarnos hacia las zonas mas ocultas, llegar al lecho de las emociones, ahí donde guardamos memoria de hechos secretos hasta para nosotros mismos. Al acceder a nuestro propio dolor, al que era nuestro y nos enseñaron a tapar cada vez que nos decían que debíamos ser fuertes, no expresar lo que sentíamos, etc., básicamente, aprendemos a entregarnos y a confiar. Aprendemos a controlar y a dominar menos.
A los hombres nos gusta imaginarnos independientes, no necesitar de nadie. A cuaquier impulso que atente contra esa libertad lo mandamos bien al fondo, donde no lo veamos, no amenace con voltearnos, no huela, no nos refleje. Somos rígidos hasta en el orgullo. Ignoramos que aprender a caer, animarnos a caer en el mundo desprotegido, también significa atravesar estratos no concientes de la psique, movernos por debajo de los niveles de la conciencia habitual. Desde arriba suponemos que esos niveles de conciencia se experimentan como algo muy asfixiante, doloroso, terrible. Pensamos en ellos como sensaciones abstractas; rechazo mas que familiaridad.
Hablo de un escalofrío muy íntimo, visceral, anterior a cualquier interpretación lógica.
Escribe Robert Bly: "En todo descenso hay mucha verguenza y humilación. El joven no sabe todavía que abajo encontrará el pasaporte que abre cualquier puerta al anciano: la humildad. Ignora que el señor tiene una morada ahí abajo. Que en esa oportunidad siempre hay una luz. Por eso los descensos son la parte esencial de las iniciaciones"
Tampoco entendemos la humildad como valentía. Ni asociamos la caía con la rica simbología que proporciona "el viaje del héroe". Precisamente, una vez que parte, el héroe se enfrenta para digerir los aspectos malignos de su historia; es ahí donde se reencuentra con el impulso vital y adquiere fuerza y sabiduría para "la tarea" que realizará a su regreso, cuando reemerja. Es ahí cuando comprende que el descenso es sagrado.
En verdad quien no quiere caer es nuestro ego; aún cuando caiga, se resiste a admitir que algoen él debe morir. La muerte interior de cualquier personaje no es algo que podamos metabolizar sólo con el pensamiento: necesitamos llegar a sus raíces, instalarnos emocionalmente en ese estrato subterráneo preverbal, de nosotros mismos; para que algo roto vuelva a soldarse, necesitamos permitirnos registrar penas, congojas, angustias, incertidumbres ahí archivadas.
Dejar que se descomponga lo que consideramos nuestra persona/máscara y se nos vuelvan consientes antiguos pesares que han vivido años dentro de nosotros sin que reparemos en ellos es una habilidad para la que nadie nos educa en esta sociedad. Ni nuestra madre ni nuestro padre. Menos aún nuestros profesores. Menos aún nuestras religiones de origen. Tampoco nuestros amigos nos dejan caer todo lo que necesitamos; en su solidaridad, suelen ayudarnos a salir, a subir otra vez, a evitar el contacto directo con la herida.
Pocos varones estamos dispuestos a disminuir o a renunciar a nuestras ínfulas ascendentes. Pero llega el momento en que la presión interior se nos hace insostenible. Sin que nos demos cuenta, cuando acepamos hacer una pausa en nuestro ascenso, y caer unos pasos hacia habajo -hacia atrás: hacia adentro-, estamos volviendo a ser niños para dejar de serlo y convertirnos en hombres. Sólo esos hombres, que se permiten o permitieron caer, pueden acompañar a otros hombres en el aprendizaje.
Dejarnos caer con otros, perimitir la caida de otros y la presencia de otros que también han caído establece un campo común poblado de vivencias -sensoriales, afectivas- de "reencuentro". Hemos usado tanto tiempo y energía para ascender y mantenernos a flote que las habíamos olvidado.
Ahí abajo, el primer objetivo es explorar. No conviene ir en busca de la reparación: ocurre o no. De todos modos, cuando nos dejamos caer, siempre aparece un conocimiento vital. Sea porque nos abrimos a una sabiduría superior, sea porque aprendemos a mirar el lado mortal de las cosas, sea liberamos el control consciente.
Quien llega al fondo de una psicina y descubre que con un pequeño empujón puede volver a subir, pierde el miedo a nadar por lo hondo.
....el viento ya no sopla,
la boca bien cerrada,
amárrate los pies...
piensa en tu madre y déjate caer....
Desde la Comarca,
Alvaro J.

5 Comments:

Blogger Osvaldo Murti said...

Nada que comentar.
Me pasa que tu escrito lo disfruté, me gustó harto, y ahora lo estoy guardando pues quiero leerlo tranquilamente de nuevo, en mi casa.
Muchas gracias por la tranquila descripción. Genial.
Saludos, estimado.

4:41 PM  
Blogger Sofia said...

Más que la caída misma, el dolor es como dices del "ego", de ese que "te vean caído". Sin embargo, estoy de acuerdo con eso que mencionas de otro autor, sobre el encuentro de la humildad, cosa para mí valiosísima y que refleja el poder mismo del hombre y la mujer para volver a levantarse, con la herida abierta, reconociendo el error: es el primer paso para reconocerte como el otro y para reconocerte igual de vulnerable.
Y si bien, en un momento pensé en lo importante y necesario de ser independiente, ya me he dado cuenta que esa no es la clave. El hombre no crece solo y por lo mismo no vive solo.

Muchos saludos, harto que has abarcado en este post!

11:57 AM  
Anonymous Anonymous said...

maestro...la verdad es que no tngo mucho tiempo para leer lo interesante de sus letras...
sólo quería recordarle que en cuanto aparezca por consedción me llame...
esperando estarele...

un abrazo...


Atte
Joven Padawan :P

1:10 PM  
Blogger neuma said...

Tengo mucho miedo a caer. Duele caer.

Nada mas que comentar.

5:56 PM  
Anonymous Anonymous said...

Otro d�a leer� con atenci�n sus escritos, hoy encontre esta direcci�n y deduje que podr�a ser usted, desde aka un gran abrazo, que buenos carretes este fin de semana, esceptuando en el que me quede dormida, pero bueno, a veces uno tiene que hacer lo que tiene que hacer no importa el lugar... y como dijo usted a empezar esta semana de mierda...nos vemos espero que pronto..
Xau!
Se despide cordialmente Wendy Dallane...
osea Aracelli...

7:04 AM  

Post a Comment

<< Home